viernes, 25 de junio de 2010

¿A qué llamamos irresponsabilidad?

Se puede eximir la culpabilidad de las autoridades y las fuerzas de seguridad, pero a una irresponsabilidad tan grande, tan masificada y tan dramática se le debe tratar, cuanto menos, con más sensibilidad.
Las catástofres suceden en un segundo. Un tiempo indeterminado donde se conjugan de manera fatídica demasiados ingredientes para explosionar en tragedia. Pero no es momento de echar culpas a las víctimas y a los irresponsables sino de cuestionar al milímetro qué es lo que hace que una noche mágica como la de San Juan se convierta en el escenario dantesco entre brujas, muerte y sangre.

Llevamos demasiado tiempo escuchando sin cesar la palabra crisis. Y sin duda, pocas soluciones se están tomando al respecto, ya que son las cortinas de humo que disipan los horrores las principales protagonistas de la inoperancia y el sin sentido de una época marcada por el desánimo y la irresponsabilidad de quienes se amparon un un neoliberalismo sin control.

Quizás un tema y otro no tengan sentido aparente, pero en el transfondo de cada cosa sí lo tienen. En la convivencia social en la que todos participamos son las autoridades quienes deben determinar y asegurar la seguridad de sus ciudadanos. La falta de solvencia, el desvío de caudales económicos hacia otros lugares (habléses de paraisos fiscales y actos fraudolentos dentro de la sociedad) hacen que las medidas de seguridad se vean disminuidas al límite y, en consecuencia, en las grietas surgan sin escrúpulos accidentes como el de Castelldefells (Barcelona).

Entonces, no llamemos imprudencia (ni le quitemos responsabilidades a quien la comete) a las desgracias que pueden evitarse. Sirva este desgraciado accidente para que nuestros gobernantes dejen de mirarse el ombligo y luchar por sus cláusulas vitalicias y comiencen realmente con la misión que tenían que haber mantenido desde el principio: crear un Estado que ampare a la sociedad.