La vida se engendra por si misma porque la naturaleza así nos condiciona para su propia supervivencia. Pero el ser humano, en su evolución y en su inteligencia, hizo que la especia humana: el hombre y la mujer decidieran su descendencia.
La ciencia ha permitido que la procreación sea predispuesta por los actores, un hombre y una mujer pueden decir cuándo y cómo tener a sus hijos: se crearon los anticonceptivos. Tan usados por unos y tan demonizados por los mismos que a través de sus acciones aumentan su capital. Sí, el Vaticano.
Después (o antes) llegaron las prácticas abortivas. Y como en todo, fueron las clases con más poder (económico y social) quienes hicieron uso de este sistema, pero a los más desfavorecidos les inculcaron el pecado y la desvergüenza.
Y ahora, en esta fase de desarrollo social que tenemos, una persona nos dice a las mujeres qué tenemos que hacer o cómo. Pero para evitar embarazos no deseados no conciencian a los jóvenes, no les educan en la responsabilidad del acto de amar. Sino que les venden preservativos a escondidas y más tarde toman decisiones sobre sus vidas.
Y después, cuando un feto malformado se gesta en el vientre de una mujer le obligan a que siga con su embarazo. Pero después, cuando nace un niño con un problema de salud, con una deficiencia psíquica o física lo abandona el sistema y la sociedad. No aceptamos a quienes son diferentes como nosotros, los excluimos. Apartamos a los enfermos de nuestra esfera social y les quitamos las ayudas a la dependencia. Y no les permitimos que participen en nuestras vidas. Porque esta sociedad está hecha para los perfectos y la carroña es apartada hacia un lado, donde no estorbe y donde no sea oída por el resto.
Eso sí, después acusamos a esas madres que deben decidir si continuar o no con esa vida que llevan dentro, sin importarnos su situación, ni si quiera si la vida que tiene que nacer lo va a hacer en un mundo adecuado a sus carencias. Aunque ahora ya... incluso le quitamos el poder decisión.