Al llegar la Navidad siempre espero pasar unos días entre
familia y amigos, y embriagarme de luces y dulces villancicos. Pero nunca lo
consigo. Y es que llega la inesperada Nochebuena, dedicada a estar en familia y
pasar buenos ratos y se convierte en separación, en autoridad y otra vez más,
en desilusión. Pero pasan los primeros días con la casa decorada de bolas
brillantes, un árbol que destella luces y un Belén hecho más por distracción
que por devoción. Y vuelven los propósitos que nunca se cumplen y que se
guardan en las cajas del trastero con el resto de la decoración navideña.
Y entonces, pasa una semana veloz que se desliza por mi lado
casi sin rozarme hasta llegar la Nochevieja. La noche lujuriosa por defecto de
todo el año, y que revive la sensación de una opulencia que no va contigo pero
que te hiere porque te hace diferente al resto. Quizás sea el recuerdo de
aquellas noches gélidas que guardo en la memoria, cuando era joven y lucía
vestidos que ni abrigaban ni embellecían pero que te hacían pertenecer al grupo.
Ya disfruté de esas madrugadas, que pasaban igual de efímeras que las de ahora,
y quizás por eso, ya no las hecho tanto de menos.
Se acaba 2012 con la experiencia de un año atiborrado de
reivindicaciones, de nuevos proyectos y agonías sociales. Y sin embargo,
resurge otra vez el mismo sentimiento de sentirte ajena a unas tradiciones que no
acompañan al fin de año como se merece, porque ni las uvas ni el cava olvidan
la incertidumbre del los nuevos días que están por llegar.
Aún así, la esperanza y la nostalgia cenan juntas, y al
acabar los abuelos duermen en el sofá mientras los niños juegan- y pides que
esa magia dure siempre- y decoran la casa con motas de algodón que simulan la
nieve que imaginan pero que el tiempo les priva. Y entre tres generaciones la
casa luce y espera alerta a un nuevo año, una época de incertidumbres que
acompañan la noche. Y mientras se habla de crisis y cómo solventarla, en la más
pura ingenuidad, los más osados no podemos reprimir sentir cierto miedo al año
que toca la puerta porque entre los villancicos de fondo, las noticias de la
televisión hablan de subida de
impuestos, de luz y de agua.
¿Qué suerte tendremos los que exhibimos la clase obrera, los
que sabemos que todo es una farsa impuesta, los que entendemos que así no va el
mundo? Mucho alboroto alberga mis
pensamientos esta noche de fiesta. Porque no es momento de tener miedo y sí sentirse
capaz de conseguir, como hacen los niños, que nieve dentro de casa y que los
copos de nieve no mojen sino decoren. Hay
que sentir sus risas como el motor que de impulso al movimiento sin que la indeferencia
sea una estorbo en nuestros días.
Y pese al desconsuelo de la noche más majestuosa del año
llega un nuevo amanecer, cargado de risas y de sueños, de utopías y desafíos.
Un día más, tan normal y tan especial como cualquier otro pero que ante la adversidad, ante el descaro, y ante la
falta de impunidad tenemos que sobrevivir por estos locos bajitos. Y aprender a
reír sin saber porqué, y evitar que les roben la felicidad.
Este nuevo año aprendamos a convivir con nuestros hijos, y a olvidar nuestros prejuicios. Preguntándonos
el porqué te las cosas y dando libertad a la verdad. Que nos enseñen a no temer
a las amenazas sino a combatirlas con creatividad, con amor y esperanza.
Eduquemos a nuestro futuro en la espiritualidad y en la creatividad necesaria
para que cambie el engranaje de éste mundo obstruido. Y sobre todo entender que
continuar forma parte de cada uno y éste 2013 es el año de la victoria del ser
humano.
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