Autor: Lola Soler |
Y homenajeamos a las aparadoras. Esas grandes mujeres que
trabajaron en la clandestinidad de sus hogares, sin que nadie les ofreciera
unas dignas condiciones de trabajo.
Esas mujeres que criaron a sus hijos entre hilos y cortes de
zapatos, mientras esos niños también refinaban, cortaban hilos, o ayudaban a
sus madres a organizar el trabajo que un repartidor dejaba cada mañana en un
gran saco en el portal. Y que a veces recriminaba la urgencia del trabajo
terminado, sin conceder a esa familia un suspiro para una enfermedad o las
rutinas escolares de sus hijos.
Esas mujeres que mezclaron en sus hogares el olor a cola,
suavizante de la colada y el cocido de los fogones, sin una mínima prevención
laboral que les amparara.
Esas mujeres que no tenían horario, y que muchas veces, ante
las premuras, ya ponían sus máquinas de aparar a tempranas horas de la mañana,
y que para muchos de nosotros fue el sonido del despertador.
Homenajeemos a esas
mujeres que hoy sufren enfermedades como la fibromialgia o la parálisis del
calzado y que por ser invisibles en la seguridad social, muchas carecen hoy de
una jubilación digna o de una calidad de vida decente.
Y hoy, les rendimos
tributo a bombo y platillo. Les dedicamos una plaza, y vamos borrando signos de
otro color, y pintamos de demagogia y de adules inmerecidos a quien, en la
realidad, mira hacia otro lado evitando que sus ojos se contaminen del mal real
de esta sociedad.
Sí, homenajeemos a esas mujeres invisibles, víctimas de una economía
sumergida, de un trabajo esclavo que se sumó a ser madres y esposas en sus
hogares, y que nadie quiso festejar ni atribuir.